Mar se recostó en el butacón, suspiró profundamente e hizo una mueca de tristeza, como si la vida se le escapase entre las manos.
- No sé si quiero seguir trabajando en ésto. Estoy cansada.
Rob la miró y puso los ojos en blanco.
- Y si no, ¿qué harás?
- Pues irme a un crucero, disfrutar a full y luego, en el regreso, tirarme por la borda bajo un cielo estrellado. Jajaja
- No, en serio te lo digo. No es la primera vez que dices que quieres dejarlo. ¿Por qué no lo dejas?
- Bueno, supongo que tengo miedo. Me he metido en demasiadas cosas y ahora tengo que hacer frente a los pagos. Es como el refrán ese que decía mi madre, ¿te acuerdas? Es la pescadilla que se muerde la cola. Un ciclo perverso sin fin. Una lucha sin batalla.
- Pues... querida, si no lo dejas, no vuelvas a quejarte. Asume el reto. Te enfrentas y te conformas. Así, como estás ahora, te encuentras en una situación sin futuro, porque no estás plenamente comprometida, pero tampoco dejas de estarlo. Si decides quedarte, quédate de lleno. Apuesta por el negocio, apuesta por tí, obvia lo que no está bajo su control y asume y enfrenta aquello sobre lo que puedes influir.
Ella se quedó callada, con su copa de vino ya vacía en la mano. Miró dentro de la copa como si allí pudiera ver el futuro. Los dos estaban ensimismados mirando las llamas de colores cálidos de la chimenea.
Mar finalmente se levantó a por más vino y dijo:
- Está bien, tienes razón, lo sé. Es que me está resultando tan difícil batallar todo el tiempo con los obstáculos que van saliendo... Te esfuerzas y te esfuerzas y da la sensación de que la recompensa no llega nunca, aunque también es verdad que el negocio ha avanzado mucho y a veces tengo el presentimiento de que los resultados los tengo "a la vuelta de la esquina". Lo voy a pensar aunque creo que lo tengo ya claro y no quiero verlo, simplemente me encanta quejarme. Va a ser verdad que cuando te quejas quemas adrenalina y generas dopamina, pero a la larga quejarme sólo me desvía de mis objetivos. Es mi negocio, son mis sueños.
Un largo silencio, interrumpido sólo por el crepitar de la hoguera, sucedió a las palabras de Mar. Eso era lo que más le gustaba de Rob, la escuchaba de verdad y también dejaba tiempo para que ella pudiera pensar en sus propias ideas, sin juicios, sin consejos desavenidos. Al cabo de unos minutos, Mar se levantó, se puso frente a Rob y miró con profundidad a sus ojos.
- ¡Me quedo de lleno!. Exclamó.
Sólo que... necesitaría algo que me recordase cada día que no voy a tirar la toalla.
Rob, que hasta ese momento se había mantenido tumbado boca arriba sobre la alfombra del salón con su bebida peligroso color burdeos sobre su pecho, se incorporó haciendo aspavientos y se acercó a la bolsa que había dejado reposando sobre el mueble de la entrada.
- Lo acabo de recordar, mira, aquí tienes algo que siempre te lo va a recordar, valga la redundancia jejej. Ya no es necesario que te lo tatúes. Ábrelo.
Ella le miró con curiosidad, un paquetito con una cinta roja; lo abrió rápidamente y descubrió un anillo de color amarillo con forma de espiral, un anillo ancho, con un color impactante.
- ¡Qué bonito! Intentó ponerlo en su dedo corazón pero no le valía.
- No te preocupes, lo puedes ajustar, mira, poco a poco. Está realizado artesanalmente por una diseñadora que vive en el campo. Es talla única porque se puede ajustar. La diseñadora tiene grandes ideas gracias porque piensa fuera del ruido de la ciudad.
Ella se quedó perpleja cuando vio que ajustaba perfectamente. Precioso. Único. Exclusivo.
-Me encanta. Gracias. Desde luego que me lo recordará. Y gracias por el detalle. Brindemos por los sueños cumplidos.
Autor: Miriam Cobreros de Joyas.tienda